CARLOS REDONDO
Distinguida clientela: tengo el gusto de presentar a la par que cederle de inmediato la palabra al esforzado hidalgo y entregado colaborador de la ca(u)sa
Cáspica:
Don Lope de Brazada y Pardillo, Duque de Medina Sidonia y Grande de España (algún título más debe tener por ahí, que me perdone si eso). Como comprobrán a continuación, a poco que le sobrevivan, a su habilidad en el perifrasear solo le hace sombra su afición a la circunlocución extrema. Centra su atinado
objeto discursivo en la figura de Carlos Redondo, egregio cantautor meseteño de restringida leyenda y vano poso actual. Con él les dejo,
ejem..., con los dos quiero decir. ¡Que los disfruten!
"...Tras los atracones navideños y la no menos sudorosa cuesta de enero,
Caviar del Caspio retoma su senda de esparcimiento cultural, no exenta de arduos esfuerzos, y opta por abrir a la humanidad el armonioso abanico de sus últimos hallazgos, que llenarán de gozo y esperanza a todos aquellos que, con vena
redentoria, deseen alcanzar el éxtasis carnal y espiritual tras deleitarse con su audición.
Cierto es que en los últimos tiempos los trabajos de investigación han sido especialmente difíciles, dado el nivel alcanzado en algunos casos. Sin embargo, el trabajo de campo ofrece inconmensurables encuentros con lo más profundo de la realidad socio-cultural de estas tierras de dios que habitamos. Y si no, háganse cargo del primer resultado de nuestras investigaciones. Quizá su mirada, hacia el horizonte infinito, ya nos indique que estamos ante un hombre que sabe hacia dónde se dirige. Él lo sabe y los demás no. Sin embargo, el origen sí que lo tenemos claro:
Daimiel. Carlos Redondo nos obsequia con un pasacalle que glosa las penas, alegrías y bienaventuranzas del pueblo manchego, donde, según repica la tonadilla, la
Virgen le pidió a un pastor que le plantara una ermita. Y el pastor no fue a encontrar mejor sitio que tan distinguido enclave. En definitiva,
Somos de Daimiel (1971) es un panegírico a mayor gloria del emigrante manchego que, sin duda, logrará hacerles derramar lágrimas de emoción al escuchar tan florida composición. Tantas como las necesarias para llenar de nuevo las exiguas Tablas de Daimiel, tan faltas de agua según nos consta por el visionado de los integrales de
Jara y Sedal que nos hemos echado al cuerpo.
Pero no queda ahí la cosa; la emoción crece en intensidad con el siguiente hit del mismo
Carlos Redondo: El Obrero Aventurero (1971). Ahí es nada. Una puntilla de fino encaje en la que, a través del
ritmo de un valiente surf español, devuelve a la actualidad un tema que parecía finiquitado alcanzados, por derecho y por revés, los niveles de desarrollo pleno: el pluriempleo. Eficaz herramienta para combatir los duros trances de la economía de desarrollo franquista, Carlos Redondo pone el dedo en la llaga al recordar a todos aquellos que, impulsados por el hambre y la necesidad, se vieron obligados a multiplicar su esfuerzo con el que rellenar el sueldo a fin de mes. O que se siguen viendo obligados. Que no es moco de pavo.